Friday, January 02, 2004


EPÍLOGO

Según consta en el famoso Glosario Informático del hebdomadario francés "Le Temps Stratégique", el tratamiento de la información mediante el uso de la figura retórica "que consiste en proponerse alguien la objeción que otro pudiera hacerle para refutarla de antemano", es la característica distintiva de la prensa de anticipación.

Dicho ejercicio intelectual que integraba la literatura con el periodismo, la investigación prospectiva con el rigor científico, fue un recurso de uso común en la primera mitad del siglo veintiuno, según constará, al igual que el presente hipertexto, en la Enciclopedia Sudamericana que se publicará en el año 2074, en ocasión del segundo centenario de la fundación de la llamada Ciudad Feliz.



“Melograna Lecuna, Alberto Luis Gonzalo: Polígrafo y multididacta nacido en la ciudad de Mar del Plata en la segunda mitad del siglo veinte, y fallecido en la primera del siglo veintiuno en fechas que se ignoran dada su condición de intelectual ignoto por propia decisión.

Por las originalidad e innovación, ideas progresistas, idealismo y creatividad que se observan en las numerosas web semánticas y bitácoras electrónicas interactivas que gestó, se deduce que nació bajo el signo de Acuario, siendo probablemente un Tigre de Metal, lo cual no son datos menores para quienes saben interpretar cabalmente los mensajes del arcano.

Tuvo dos padres, aunque quien lo engendró murió sin saber que iba a tener un hijo, y quien lo formó se consideró por justo derecho, su único padre. Una madre solícita y primera educadora, logró sin otro conocimiento que el amor, enseñarle a leer y escribir a partir de los dos años, lo cual no se sabe si es una sorprendente virtud o un mero dato para la estadística. Seis abuelos, entre los que se destacó por sus cuidados y amor infinito la burgalesa doña Áurea Arroyo Sainz, natural de Jaramillo Quemado. Varios tíos maternos que le dispensaron el trato de hijo adoptivo y hermano menor (en especial Héctor Horacio), y muy particularmente la tía paterna Beatriz, que ofició de hada madrina en primerísimo grado, lograron crear el clima propicio para que el niño creciera desarrollando sus potencialidades y talentos más allá de lo previsible.

Educado con esmero en un ambiente salesiano e iñiguista, supo recibir de sus mentores el amor por la educación, las ciencias y las artes, la búsqueda de la verdad y el perseguir la rectitud, lo cual lo llevó por un lado al cultivo de múltiples disciplinas, y por el otro, a vivir traumáticamente la contradicción existente entre los valores humanos positivos en los que fue educado, y la realidad sociocultural del país emergente, individualista y corrupto que le tocó en suerte vivir.

Sus preferencias por las artes plásticas se debieron a la influencia de su maestro Aristodemo Marcángeli y del escultor Pablo de Robertis. Su interés por la ética y la filosofía, se desarrolló bajo la sombra bienhechora de iñiguistas como Ismael Quiles, y del tzadik Jaime Barylko. Su pasión por la literatura, no tiene otro responsable que José Francisco Isidoro Luis Borges, autor y autodidacta cuya biografía resumida se encuentra ut supra en esta Enciclopedia Sudamericana.

A través de Borges se interesó con fruición por la prosa y poemas eruditos y por los heterónimos al estilo pessoano, recurso que cultivó con minucioso esmero, como una forma de vivir otras vidas y ejercitar una literatura diversa en temáticas y estilos.

Ejerció como artista el dibujo, el grabado, la pintura y la escultura, ganando algunos interesantes premios, pero se encargó de que su obra pasara al olvido, para evitar perder las delicias del anonimato. Perpetró con iteración atentados sonoros con su saxo y su guitarra, que se consolidaron en ciertas baladas románticas de simple factura y fácil olvido. En este último caso, fue notoria la influencia de Nano, un cantautor emblemático vecino de Camprodón, que sobrevivió a las décadas a fuerza de talento.

Pensó en ser escritor, músico, pintor, escultor, pero llegó a la sabia conclusión que después de la respectiva existencia de Borges y Cortázar, Serrat y Piazzolla, Marcángeli y Cézanne, Buonarotti y Henry Moore, no tenía sentido perseverar en ese tipo de intentos.

Su paso por los claustros universitarios, de donde egresó con honores como médico, le imprimió a su vida un ritmo de esfuerzo personal, pasión por la investigación y capacidad de sacrificio que erróneamente pensó por aquel concepto de las “profesiones - sacerdocio”, que encontraría su espejo en el campo de la educación, lo cual lo llevó, junto con la debacle económica del país del sur, a una profunda decepción que resintió tanto a su salud como a su economía, a límites intolerables.

Alcanzó inmerecido renombre después de su óbito, debido a equívocos telemáticos. La presencia en la hiperweb sobrepasó a su vida física, al punto que esporádicamente sigue apareciendo en el hiperespacio virtual alguna web lingüística interactiva tridimensional cuya autoría se le adjudica. De todos modos, el renombre póstumo no alteró su voluntad de disfrutar en vida del anonimato, y de no integrar la categoría de los altamente discutibles “famosos” que dominaron la escena vernácula a lo largo de las décadas que van desde el fin de siglo pasado al principio del siglo que termina en unas décadas más.

Dedicó todos los esfuerzos intelectuales y económicos propios y de su familia en pos de la educación y en la utopía de la transformación moral, social y política de su país, con los previsibles resultados que se podían obtener en un país decadente e individualista como la Argentina del inicio del tercer milenio.

Fue propulsor del integracionismo educativo, una postura de avanzada que para
ratificar el concepto de que "nadie es profeta en su tierra", tuvo mayor aceptación y repercusión en el extranjero que en su propia patria. Modelo educativo que no llegó a ver implementado en la práctica en su país en toda su magnitud, en parte por el clima de incomprensión que rodea indefectiblemente a los innovadores, y en parte porque la idiosincrasia de la época no era proclive a los esfuerzos extra, a la investigación en la acción, a capacitarse sin tregua y trabajar al límite del sacrificio, ni a anteponer el sentido de trabajo en equipo, la solidaridad extrema y la visión compartida, al patológico individualismo que cultivaban los argentinos.

En este último sentido, Lecuna recordaba siempre las palabras vertidas por Borges en 1946: “Dado que los gobiernos suelen ser pésimos o al hecho de que el Estado es una inconcebible abstracción, el argentino no se identifica con el Estado. Por ello el argentino es un individuo y no un ciudadano". Y remataba el aserto de Borges con sus propias palabras: Lecuna insistía en que “un país sin ciudadanos, nunca se podrá convertir en una Nación”.

Afecto a la verborragia, y como buen integracionista, las leyendas virtuales dicen que sus últimas palabras fueron en realidad un extenso discurso en el que no faltaron entre un centenar de pensadores y apostillas de su propio cuño, citas de Peter Senge, aporías de Ernesto G. De la Serna, greguerías de Ramón G. De la Serna, reflexiones de René Favaloro, Edward Deming, Mariano Moreno, Mariano J.Windis, Enrique Cadícamo, Humberto Maturana, Pascual Contursi, Joaquín Sabina, Immanuel Kant, Raúl Soler, Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano y del lobense Juan Domingo Perón.
Las dudosas crónicas de la época coinciden en que las últimas palabras de sus últimas palabras fueron un mix de los dos últimos autores citados: “Ay, patria mía, esto se acabó..”